RECUPERAR AL ESTADO COMO INSTITUCIÓN NECESARIA

 RECUPERAR AL ESTADO COMO INSTITUCION NECESARIA

(EL COMIENZO DE UNA NUEVA REPRESENTATIVIDAD)

En los últimos años se han visualizado las consecuencias negativas derivadas de la revolución tecnológica, agrícola y financiera que han puesto en duda la capacidad de las formas políticas de gobierno. Asimismo, en las democracias occidentales la crisis moral ha provocado un profundo escepticismo respecto de los principios democráticos, como también de sus interlocutores. (funcionarios elegidos por voto popular, ministros, legisladores etc. etc. etc.)

Sin duda estamos ante una crisis del Estado, del Estado-Nación, como del Estado de Bienestar o, simplemente, Estado protector. Esta crisis pareciera manifestarse en la multiplicación de procesos de integración regional como en el protagonismo creciente de las minorías; dos fenómenos que se esfuerzan por hacerse sitio en la vida política y, junto con el Estado, intentan constituirse en nombre de la Democracia.

En nuestra región los conceptos políticos relacionados con la democracia han estado tradicionalmente presentes en teorías disociadas con la realidad y los objetivos políticos, producto por lo cual se sucedieron formas de gobierno autoritarias, revolucionarias, populistas, socialistas y finalmente corporativistas que parecen haber desembocado en una nueva percepción de la relación entre Estado y Democracia. Relación que, actualmente, se intenta asociar a los conceptos de liberalismo y libertad económica.   

La disminución del papel del Estado, la promoción de una actividad económica abierta y poco reglamentada, y la asunción progresiva de los valores democráticos son las directrices del pensamiento de la última generación de políticos e intelectuales que, con excepciones, aceptan los postulados del liberalismo. (Entrevista de Guy Sorman a Kenji Nakagami en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo. Barcelona 1991)[i]

En las épocas actuales, la inconsistencia del Estado ha desprovisto a la población de ser el garante de sus derechos frente a un amenazante dominio global del sistema. A esta desprotección estatal se añade una segunda fuerza, que en el vertiginoso avance de las nuevas tecnologías de la información y comunicación dan origen a múltiples formas de vidas disociantes y superficiales. Pese a esto, se cree que el Estado, sigue siendo el desencanto y a la vez la gracia para alcanzar imaginarios de democracia, libertad, paz, protección y garantizar los derechos del ciudadano y de los más vulnerables. Construir un Estado moderno y sólido con contenidos sociales, implica la posibilidad de suspender el avance irregular y anómalo de la globalización y la posmodernidad que beneficia a unos pocos.

Sin embargo, ese es el desafío: Representar a una sociedad desencantada con la política actual a través de un Estado Presente y con una Administración Pública que recupere los valores de honestidad, transparencia, pasión, diferenciación, orientación al cliente, calidad y responsabilidad social.

Al examinar algunos de los autores clásicos del campo de la teoría política, encontramos distintas teorías y concepciones referidas a qué es el Estado. El concepto de sociedad civil adquiere un nuevo sentido en los trabajos de Hegel. Las razones para este cambio en el significado deben encontrarse en las nuevas realidades que surgieron a partir del ascenso del capitalismo ante las cuales Hegel reaccionó de manera crítica. Estas nuevas realidades son el Individualismo: que con el ascenso del comercio y las industrias burguesas, el individuo se volvió más preocupado por sus intereses privados. Así, el interés particular fue acentuado y opuesto, por un lado, a los intereses particulares de otros individuos y, por otro lado, al interés común. (Hegel, 1977, p. 261). Y la Desigualdad: que con la dinámica del mercado tiende a aumentar las diferencias en riqueza colocando a las masas en peligro de hambruna. Como indica Avineri citando a Hegel: “Este poder condena a una multitud a una vida dura, la apatía en el trabajo y pobreza para que los otros puedan amasar fortunas” (Avineri, 1972, p. 96).

Estas realidades llevaron a Hegel a establecer una nueva noción de sociedad civil. Lo que Hobbes vio en el estado de naturaleza, o sea, bellum omnium contra omnen (la guerra de todos contra todos), es exactamente lo que Hegel ve en la sociedad civil de la tradición de la ley natural (Locke, Hooker): un reino de la competencia, de hombres hostiles a los otros hombres, la primacía de lo particular, del interés privado. Hegel es explícito en referencia a ello: En la sociedad civil, cada miembro es su propio fin, el resto no es nada para él… Los individuos en su capacidad de ciudadanos, en este estado de sociedad civil, son personas privadas cuyos fines son sus propios intereses… La sociedad civil es el campo de la batalla donde el interés privado individual de cada uno se enfrenta con los intereses de los otros (Hegel, 1977, pp. 182, 197 y 289). (¿POR QUÉ ME TRAE AL PENSAMIENTO LA FAMOSA “GRIETA” DE NUESTROS TIEMPOS?)  

El Estado es la «realización de la idea ética», el momento de la universalidad, de lo común, donde la atomización y la fragmentación de la sociedad civil es trascendida, donde los hombres se unen en un solo cuerpo. El Estado es el momento supremo de la vida ética, donde lo universal y lo particular se reconcilian, donde reinan la solidaridad y la comunidad, donde el hombre está dispuesto a sacrificarse por el bien de los otros. (LA PATRIA ES EL OTRO).

Esto requiere una clase de personas devotas del interés público: la clase universal, o más precisamente, la clase de los servidores civiles que debe, puramente en virtud de su carácter universal, tener a lo universal como objetivo de su actividad esencial (Hegel, 1977, p. 303). De esta manera, Hegel establece un precedente interesante para las teorías del estado de bienestar: El gobierno tiene una tarea primordial de actuar contra la desigualdad y la destrucción general proveniente de ella. 

Con Hegel, el concepto de Estado pierde la referencia más inmediata que tenía en la primera noción —el Estado como una asociación—. El Estado no es el gobierno, pero sí una dimensión altamente abstracta de la sociedad.[ii]

A veces la historia es quien nos permite hacer una crítica constructiva y evaluar en qué momentos o cuáles fueron los factores que hicieron perder el horizonte del “ideal” político social universal de Hegel. 

Desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, la función del Estado se vio conmovida principalmente por conflictos obreros en demanda de mejoras laborales. Ante estos eventos se generaban reacciones que se sumaban a la difícil situación social, tanto de los trabajadores nacionales, como de los inmigrantes que habían llegado en la búsqueda de horizontes más promisorios para la realización de sus vidas. Los inmigrados traían con ellos, además de su vocación al trabajo digno, inquietudes sociales que darían lugar a la formación de agrupaciones representativas de sus ideales políticos y gremiales, con lo que rápidamente lograron ganar la confianza, la solidaridad y la integración de sus compañeros compartiendo con estos sus anhelos de construir un mundo con libertad e igualdad para todos. No pasaría mucho tiempo para que la oligarquía temiera que con ellos llegara a América, montado en un Pegaso, el fantasma del comunismo o que el pensamiento anarquista conquistara estas tierras. De allí el intento de acallar, por medio del Estado con violentos e injustos procesos, el intento de expresar libremente las ideas y realizar legítimos reclamos.

Puede decirse, de alguna manera, que aquella batalla social de desigualdades  instauró el Estado de bienestar que, por diferentes motivos y al no alcanzar el grado propuesto, fuera rápidamente tildado como “gobierno populista”. 

Por su parte, la aparición en el escenario mundial, en la década de 1980, de la dupla Reagan-Thatcher, y la aplicación de medidas neoliberales que perseguían la liberación del comercio mundial y la desregulación financiera, marcaría en la región el inicio de la era dorada esperada por los sectores económicos de potencias centrales. Esos sectores habían visto con preocupación el desarrollo y mantenimiento de reivindicaciones laborales y la legislación social del Estado de bienestar, por considerar que esos beneficios sociales afectaban las tasas de rendimiento de sus negocios. Negocios que se amparaban en la protección que les ofrecían las políticas estatales de sustitución de importaciones para expoliar a los mercados cautivos y mantener contenidas las aspiraciones de los trabajadores. Al respecto un grupo de investigadores del Banco Mundial dejaron impreso un cáustico comentario en su informe: “En una década de transición el temor al Estado leviathan ha abierto la vía para quienes buscan la ‘captura del Estado’. Con la captura de la economía, las políticas y normas ambientales son delineadas para brindar enormes ventajas económicas de las firmas captoras, a expensas de otras empresas del sector”. (Hellman, J.; Geraint, J. y Kaufmann, D. (2000), “Seize the State, Seize the Day”. World Bank. Policy Research Working Paper, 2444. Washington, D.C.)

Asociada al ataque a los Estados se presentaba un decálogo de drásticas medidas de ajuste económico, conocido como el Consenso de Washington, el cual fuera ofrecido a los gobiernos de la región como “sugerencia” para disciplinar la conducta de los Estados. El fin era generar los recursos requeridos que permitiera honrar una dudosa deuda externa latinoamericana. (cualquier semejanza con la realidad NO es pura coincidencia). A esto se añaden los efectos de un proceso asimétrico conducido por unos centros de poder, relativamente diversos: la globalización.

Al inaugurarse el siglo XXI ya no se habla de destruir el Estado-nación como solución para alcanzar el “fin de la historia”; más bien algunos de los autores que propugnaban esa idea, hoy abogan por la reconstrucción de los Estados “fallidos”. Tal es la posición del Comité de Políticas y Evaluación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) cuando expresa: “El Estado, no obstante sus debilidades e imperfecciones, es la columna vertebral de la gobernabilidad democrática la cual, sin embargo, trasciende al Estado e incorpora a las instituciones privadas y a la sociedad civil, cuya articulación con las instituciones estatales determina la calidad de la gobernabilidad democrática”  (BID, Comité de Políticas y Evaluación, GN-2235, del 6 de noviembre de 2002. Disponible desde Internet en:  http://www.iadb.org/sds/doc/sgsApprovedMos-s.pdf) [iii]

En ese contexto, la fragilidad y las nuevas formas que viene adoptando el Estado y la sociedad en los parámetros de proyectos globalizantes hacen necesario deliberar sobre la crisis civilizatoria, del sistema, de la democracia, la libertad, los derechos, entre otros. Un capítulo aparte merece considerar y reglamentar los derechos de cuarta y quinta generación. Lo que significa, que hay que prestar mayor atención a un mundo lleno de desequilibrios. [iv]

Esos desequilibrios se han manifestado en forma clara y rotunda en los últimos procesos eleccionarios sin encontrar eco en los sectores políticos que, más allá de demostrar descontento, han enervado la indiferencia política. Es el descreimiento social y la falta de propuestas partidarias el germen del abstencionismo actual.

El abstencionismo debe ser visto como un fenómeno complejo, con múltiples aristas, y que engloba el reflejo del descontento ciudadano y la anomia institucional imperante en los espacios de decisión pública. En la actualidad hay un desprecio ciudadano hacia las instituciones políticas, una decepción del modelo demo­crático, un vacío espiritual y cívico que se traduce en falta de participación y en apatía hacia cualquier asunto que tenga relación con las cuestiones políticas. Una solución a esta enfermedad que padece el Estado moderno se encuentra en el nihilismo activo, cuyo máximo representante ha sido el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Este modelo nihilista (de los espí­ritus fuertes) busca desarrollar una postura crítica ante las instituciones establecidas y el actual decadente sistema de valores y de desprecio por la conformidad humana (Nietzsche, 1930:317). Representa una auténtica revolución ético-política que nace de la crítica a una civilización occidental en decadencia y que tiene por objeto devolverle al hombre su dignidad (Aguilera, 2006:165).[v]

Es preciso diferenciar lo institucional de los hombres que la integran. El Estado es necesarios para otorgar salud, educación, asistencia social, seguridad y miles de roles que debe cumplir. Es el factor primordial de la "asistencia pública" que, como tal, no es corrupta sino necesaria. La corrompen quienes están encargados de administrarlas. Por tanto el Estado no es corrupto. Aniquilar al Estado bajo las ideas neoliberales es, simplemente, convertir a la democracia en una "monarquía-anarquista" con un Presidente como Rey y con ejercicio pleno de todo el poder para así abolir toda forma de gobierno. Frases como "Quien cuestione las listas, cuestiona al Presidente" o "La lealtad no es una opción: es una condición" no hacen más que aseverar la intencionalidad de gobernar sepultando a la República

La democracia encierra una paradoja: es el gobierno de las mayorías, pero cuando selecciona a los mejores para legitimar las aspiraciones del pueblo conforme a arreglos institucionales pierde esa esencia democrática y se convierte en una aristo­cracia (gobierno de los mejores), la cual puede degenerar en una oligar­quía (gobierno de unos cuantos). En un sentido más negativo inclusive, y tomando en cuenta la partidocracia y la crisis de partidos que vive actualmente nuestro sistema político y su deslegitimación frente a la opinión pública, debido a la falta de democratización interna y transparencia en sus procesos, la democracia “ya no persigue el fin de racionalizar el poder social mediante la participación de los ciudadanos en procesos discursivos de formación de la voluntad; más bien, tiene que posibilitar compromisos entre las élites dominantes” (Habermas, 1999:65 y s; Offe, 1994). 

Si bien la mayoría coincide en que los partidos políticos son, en la actualidad, un mal necesario, con el transcurso del tiempo estas instituciones fueron perdiendo su credibi­lidad ante la opinión pública hasta llegar a la situación de percepción social negativa en la que se encuentran actualmente. 

Siquiera los gremios o sindicatos cumplen la función para la cual fueran creados. Sus reclamos constituyen un vaivén oportunista conforme el funcionario de turno y es a cambio de favores o ventajas personales de las que puedan beneficiarse. Se han convertido en organizaciones ineficaces, opresoras y corruptas que, bajo la bandera imaginaria de los Derechos Sociales, pretenden instaurar la falsa defensa de los derechos del trabajador. Lejos han quedado de aquellas organizaciones que le dieron origen solventadas por la confianza, la solidaridad e integración de compañeros en busca de dignidad, igualdad y libertad para todos.  

Ni hablar de los candidatos a cualquier cargo o función. Deliberadamente y sin escrúpulos hacen campaña electoral rodeados de funcionarios con causas judiciales o bien sobreseídos por una sentencia que no ha evaluado "el mérito y la conveniencia" de la acusación y, por parte de un poder judicial que ya sabemos cómo funciona (Partido Judicial). Rondan con ellos acompañantes con causas por abuso, enriquecimiento ilícito, administración fraudulenta etc. etc. etc. Pero parecen obviar que, en las épocas actuales, con las redes sociales y medios que comunican las noticias casi en forma instantánea, lo obvio, conocido y sabido condimenta aún más ese descrédito del pueblo y extingue cualquier intento de seguir hurgando en la confianza de la gente. Se mueven con total impunidad haciendo del "aquí no pasa nada" la trama principal de su obra política eleccionaria nefasta Ya es latente y claramente visible la única intención de ir en busca ese poder (voto) que les permita seguir sosteniendo sus privilegios.  Se han perdido las ideas partidarias, la idoneidad para la función, la conducta honrada y honesta que deben observar los servidores públicos en la función de su cargo y en el desarrollo de su vida.

Y en ese marco, el pueblo ha madurado. La abstención de ir a ejercer un derecho ciudadano es un evidente mensaje de disconformidad que parece no llegar a los oídos de los funcionarios que, en su afán y ambición de poder han quedado sordos y ciegos. Y algunos, hasta mudos, porque no se escucha siquiera una idea o proyecto de gobierno viable más que echarle la culpa al otro candidato opositor o en ejercicio del poder.

Es una batalla de egos y el pueblo los está mirando. 

Necesitamos: 

"CABEZAS" (inteligencia) proveniente de ciudadanos que piensen en una reprentatividad social acorde a los tiempos y no permita confundir a las instituciones (Estado) con los hombres que han desprestigiado la importancia de un Estado presente; 

"CORAZÓN" que vele por una justicia social equitativa, de equilibrio y sin privilegios;

CORAJE para tomar las decisiones necesarias y permita desterrar la corrupción de todos los funcionarios que integran el estado en busca del bienestar general.

(La paradoja actual es que se están desarticulando instituciones estatales por considerarlas ineficaces y como "estructura de contención de ñoquis" (despidiendo trabajadores); pero no hay sumario o denuncia contra funcionario por mal desempeño de su función.)

¿Utopías?... No. Coraje. Coraje que requiere liderazgo (ese que se ejerce y no se reclama), honradez y valentía solo compatible con quienes se han comportado conforme a derecho y no pueden ser salpicados por ningún acto corruptivo penal o administrativo. Éste en sin duda el modelo clásico autocrático de decisiones públicas que debemos desterrar. No más enroques.  

En la mente del ciudadano prevalece la desconfianza en lugar de la certeza democrática, debido a una clase política en la que prevalecen la oscuridad en las decisiones en lugar de la transparencia, la concentración del poder en lugar de la distribución horizontal y vertical del mismo.

El modelo actual de toma de decisiones es plural, pero no plenamente de­mocrático; es deliberativo, pero no protege a las minorías políticas; es abierto, pero tiene limitantes para quienes no tengan mayores recursos económicos. Estas paradojas democráticas tienen una única solución: el despertar ciuda­dano a través del ejercicio de los valores republicanos. El abstencionismo sólo puede ser resuelto si existe el compromiso (CORAJE) de transparentar los reducidos espacios de poder que deciden realmente en las cuestiones económicas y políticas que afectan directamente a los ciudadanos.

A lo largo de la historia han proliferado los caudillajes, autocracias y líderes mesiánicos regionales y oportunistas que buscaban posicionarse políticamente en busca de conservar sus privilegios. No es necesario poner ejemplos, simplemente a los hechos me remito con lo sucedió en Provincia de Buenos Aires estos últimos tiempos (lealtad que no es lealtad sino conveniencia – bancas testimoniales y relecciones indefinidas sin cumplir con el Reglamento del Senado y que decir de la cantidad de funcionarios imputados con causas penales de distinta índole que, por liderar organizaciones políticas siguen en ejercicio del poder u ocupando sus bancas). Señores: transparencia necesitamos. Deben hacerse a un lado o bien que alguien lo haga (Funcionario que no funciona…). Recordemos que muchos funcionarios son puestos a dedo por la autoridad política elegida por el voto popular y aún, siendo su comportamiento cuestionado (ya sea profesional o personal: porque ambos deben hacerse valer) siguen cumpliendo funciones. 

En ese sentido es necesario un esquema de exigencia de rendi­ción de cuentas al gobernante y de todos los funcionarios de cualquier escalafón y una simplificación de los procedimientos sancionadores en caso de incurrir en responsabilidad administrativa o penal. Esto daría incentivos a la ciudadanía para ser guardianes atentos del quehacer gubernamental y favorecería el sistema de pesos y contrapesos. Incluso, se debieran poner en la mesa de debate nacional la implementación de mecanismos de democracia directa, como el plebiscito, el referéndum y LA REVOCATORIA DE MANDATO, para resolver determinadas cuestiones de alto interés ciudadano, que, sin embargo, parece nadie recordar.

Resulta imposible continuar con el añejo diseño que no permite la discusión y el debate racionalizado y deliberativo para tomar las decisiones políticas de gran trascendencia para el país. A esto se suman las innumerables incompatibilidades parlamentarias de algu­nos congresistas que les impiden desempeñar de manera satisfactoria y plena sus actividades, quedando atados a intereses oligárquicos de poder económico y sacrificando de esta forma el interés público. De esta forma, en el Estado contemporáneo el abstencionismo se convierte en un complejo fenómeno que involucra múltiples factores, tales como las crisis económicas, sociales y culturales, y, en igual sentido, la partidocracia.

En ocasiones, el esfuerzo por despertar la apatía y pasividad ciudadanas se asimila al esfuerzo de Sísifo, a quien los dioses condenaron a empujar una piedra enorme a perpetuidad: diariamente subía hasta la cima de una monta­ña, pero ésta volvía a rodar hacia abajo debido a su propio peso. El castigo residía en que no hay peor castigo que el trabajo inútil y sin esperanza. [vi]

“Algunos dicen que a los funcionarios no se los prestigia. No; el funcionario se prestigia a sí mismo y a la administración la prestigiamos entre todos los funcionarios, y entre todos la desprestigiamos. Yo no puedo prestigiar a nadie; cada uno se prestigia a sí mismo con sus procedimientos, con su capacidad y con su honradez.” JUAN DOMINGO PERÓN



[i] Estado y democracia en el umbral del siglo XXI Ángel Pérez González*

[ii] El concepto de Estado: ¿entendemos lo mismo? Por Aldo Isuani

[iii] AMÉRICA LATINA: ECONOMÍA, ESTADO Y SOCIEDAD EN EL SIGLO XXI Servando A. Álvarez Villaverde Universidad Simón Bolívar, Venezuela. E-mail: avilla@usb.ve

[iv] Estado y sociedad al borde del siglo XXI: tensiones y emergencia. Canaza-Choque, Franklin A. Dirección estable: https://www.aacademica.org/franklin.americo.canazachoque/7 ARK:  https://n2t.net/ark:/13683/pxef/p7C

[v] El nihilismo es definido por la Real Academia de la Lengua como la negación de todo principio religioso, político y social. Nietzsche retoma el concepto de nihilismo y lo transforma con la reconstrucción de un sistema de valores de la sociedad occidental en decadencia.

[vi]  El abstencionismo como fenómeno político en la sociedad contemporánea Rogelio López Sánchez Universidad Autónoma de Nuevo León


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